La informática, la más importante de las herramientas en investigación


Dada la complejidad de la mayoría de las investigaciones científicas que se llevan a cabo hoy día en todas las ramas de la ciencia, no es de extrañar que una parcela de ésta se dedique exclusivamente a economizar el trabajo del investigador. Desde la aparición de las primeras tablas de logaritmos a principios del siglo XV hasta las inmensas redes computacionales actuales, esta disciplina no ha pasado ni mucho menos desapercibida, es más, ha tenido un éxito no en vano reconocido y apoyado.

Es tal la importancia de las herramientas informáticas en el desarrollo científico que en numerosas ocasiones ha sido ésta la que ha abierto nuevas posibilidades al resto de los campos, como por ejemplo a la biología, cuyos proyectos en genómica y proteómica no hubieran sido posibles sin un ente capaz de procesar datos a gran velocidad.

El conocimiento de estas herramientas le confiere al científico cierta ventaja para agilizar su trabajo pero es más: es importante para él conocer cómo funciona la máquina que está automatizando parte de su investigación y no estará de más el indagar en los lenguajes necesarios para ordenarle cómo y qué tiene que hacer por sus proyectos.

Con estas premisas, que no son más que absurdas y lógicas divagaciones, pretendo ilustrar ciertos déficits que todavía hoy existen en las universidades españolas y que, afortunadamente, algunos (ver vídeo) pretenden subsanar.

Ya es hora, de hecho creo que fue la hora hace muchos años, de sustituir ciertos contenidos de los temarios de algunas carreras de ciencias por prácticas informáticas mucho más avanzadas. De este modo, el alumno tendrá un gran aliado tanto en su formación como en su futura carrera investigadora.

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Muere una mujer en Arganda del Rey pero da igual. Total, por una muerta


Hoy no tenía ganas de escribir. Y tampoco de dibujar. Pero con tres garavatos fotografiados con el iPhone, podeis imaginar cómo me siento:

Barrenderos en Arganda del Rey. Clic para ampliar

» – Mamá, ¡yo quiero ser un chico!»


Cuando la Sra. Money abrió la puerta del aseo de los niños, vio un extraño comportamiento en su hija de 8 años. Estaba orinando de pié, como los niños varones y como lo hacía su hermano gemelo.

– Brenda hija, ¿qué haces? ¡Siéntate en la taza! – Gritaba – ¿Es que no ves que lo estás poniendo todo perdido?

– ¡Pero mamá!¡Si Brian lo hace así! – Dijo la niña sollozando.

– ¡Ni peros ni nada! Debes orinar sentada, como orinan todas las chicas.

– ¡Pues yo ya no quiero ser más una chica! – Replicó Brenda con el típico cante que usan los bebés al protestar.

Quizás Bernice se había alterado demasiado con su hija. Total, ¿qué más dan unas gotas de orín en el suelo del baño? Sin embargo, ella guardaba sus razones.

No era la primera vez que Brenda mostraba un comportamiento de este tipo, sin ir más lejos, la semana pasada encontraron su vestido de los domingos rajado y deshilachado en su armario. Brenda alegaba que quería vestirse como su hermano, que le daba vergüenza salir con su ropa a la calle.

La pequeña había mantenido siempre un comportamiento peculiar que le provocó graves problemas en su desarrollo social. Los continuos rechazos y vejaciones que sufría en la escuela y en la calle frustraron a toda la familia, sobre todo a su madre.

No obstante, la peor época de su vida estaba aún por llegar. Su adolescencia. La etapa del desarrollo donde los caprichos de sus hormonas guían todas sus acciones. Brenda no podía más. No lo entendía.

Una noche, cuando Brenda tenía 14 años, volvió a casa muy alterada. Algo que no extrañó a sus padres, pero que de igual modo provocaba en ellos un profundo dolor.

– Mamá, papá, ¡estoy harta! Me quiero morir. – dijo entre lágrimas y abatida por completo.

Tras un breve silencio, Bernice agachó la cabeza y arrancó a llorar.

– Hija, debemos contarte algo. Siéntate.

Su madre le contó la verdad: Brenda no nació siendo Brenda sino Bruce. Un terrible error del cirujano que debía circuncidar al chico de siete meses quemó gravemente con un bisturí de electrocauterio el pene del pequeño. Ante la impotencia de aquella situación, el médico y sus padres decidieron someter a Bruce a una operación de cambio de sexo con 17 meses. En la intervención le extirparon los testículos y le remodelaron el escroto para asemejarlo a una vulva.

Tras conocer la historia real de su vida, Brenda cambió su nombre a David, quien finalmente se sometió a una cirugía para la reconfiguración de su fenotipo masculino. Se casó, adoptó hijos y mantuvo una vida aparentemente normal.

Lamentablemente, las primeras etapas del desarrollo son muy importantes a todos los niveles, y por supuesto, también a nivel psicológico. David Reimer se suicidó en mayo de 2004 a los 38 años de edad. Previamente accedió a que se publicara su nombre real, pues hasta entonces se usaron nombres ficticios en toda la bibliografía médica que lo persiguió.

Hay mucho que contar sobre David Reimer, de hecho, toda su historia está publicada en su autobiografía [1].

[Tip biológico] -> En el caso de David, se cometió un error lamentable al no comprender la abrumadora influencia de los andrógenos circulantes sobre el encéfalo durante el desarrollo sexual temprano.

¿Tú qué opinas?

Bibliografía: toda la historia y documentos médicos:

  1. COLAPINTO, J. (2000) As Nature Made Him: The Boy Who was Raised as A Girl. New York: Harper Collins.
  2. DIAMOND, M. Y H. K. SIGMUNDSON (1997) Sex reassignment at birth: Long-term review and clinical implications. Arch. Ped. Adolese. Med. 151: 298-304.
  3. DREGER, A. D. (1998) «Ambiguous sex» or ambiguous medicine? The Hastings Center Report 28: 24-53.

Educación en lugares públicos


A veces leo los artículos que Pérez-Reverte escribe en el suplemento del diario Sur. En ocasiones estos artículos están dirigidos con toda la genialidad literaria del autor a ciertas personas que bien merecen ser escupidas y que son, simplemente, personas anónimas que han hecho saltar su malhumor. Lejos de guardarse lo que lleva dentro, relata y describe al personaje con todo detalle y deja claro su desprecio ante todos los lectores de la revista, que no son pocos y que, probablemente, el susodicho sea uno de ellos.

La pluma de Pérez-Reverte quisiera tener entre mis manos para homenajear a un ciudadano que se encontraba hace unos días en la oficina de Correos de Vélez-Málaga. Él no quería ser un cualquiera sino el centro de atención de las más de 50 personas que había en toda la sala: en su espera, no hacía más que silbar y no parar de silbar. Una melodía indescifrable. Tenía unos aires de pasota y hacía saber a toda la oficina que a él: le sudan los cojones de lo que piensen los demás.

Detrás de los mostradores se hallaba quien me relató la historia, mi madre. Intentaba concentrarse en su trabajo que, de cara al público ya tiene un handicap y encima, nadie era capaz de decirle a aquel hombre que por favor, se callara.

Desesperada, mi madre se levantó de su asiento, reclamó la atención del concertista y le avisó para que se adelantara a toda la cola. El resto de los presentes no hizo ningún tipo de protesta al respecto pues, parecían estar de acuerdo con que el caballero fuera atendido de forma urgente para que pudiera marcharse pronto y que volviera la armonía a la sala.

Una vez estuvo frente a él, ella le dijo con un notable tono irónico:

– Le voy a atender ya porque, vaya, nos está deleitando con su música.

El hombre levantó la mirada y observó a mi madre con un gesto de sorpresa mezclado con agradecimiento. Soltó una pequeña carcajada, sonrió, y siguió silbando ajeno a todo tipo de indirectas.

Nadie, ni mi madre, dijo nada más. Y qué lastima que yo no estuviera allí para decirle a aquel señor, sin indirectas:

– Por favor, ¡cállese!